En la orilla contraria
al alma mía
nace la flor.
Y yo envuelto en éstas alas rotas,
no puedo impedir
prohibirme,
día a día,
día a día,
de su aroma.
Sólo en las tertulias del viento
puedo escuchar su voz.
Vuela pegada
a los silencios desaforados
que me castigan
en la quietud del ocaso.
Singulares recodos de sombrasse aproximan.
Y entre sus trenzas
intento sujetar
la llegada de la noche.
Pero la noche,
inevitablemente
cae
y le dará de beber un rocío
que no es el mío,
desgranando lentamente
el rojo
para que los nudillos de la ausencia
me golpeen la cara.
Cuando me cubra de cenizas el alba
dormiré
en el suspiro alado
del olvido,
sintiendo como explota
mi pecho en su vacío.
Como poder volver el tiempo atrás,
aquél en el que era polvo
danzando entre el céfiro
y este río.
El cielo pinta su arrebol.
Me duele ver como
en la orilla contraria
al alma mía
crece exultante,
. . . la flor